Crisis de identidad

Actualidad de la Fundación





Hacía mucho tiempo que en nuestro país y también fuera de nuestras fronteras, las sociedades organizadas en torno al reconocimiento de principios y valores democráticos, no se enfrentaban a una crisis de identidad y confianza en sus instituciones, tan profunda y tan arriesgada en sus consecuencias.

 

Es cierto y también un lugar común, achacar estas dificultades a las consecuencias de la propagación de un virus letal que ha doblegado a todas nuestras sociedades, producido una mortalidad considerable y al tiempo desatado una crisis económica sin precedentes, de la que han sido victimas muy especialmente los menos pudientes y desde luego los jóvenes en general, enfrentados hoy a  la falta de un horizonte profesional y económico claro. Esta realidad es especialmente dura en Europa y aún mas en España.

 

Ello es cierto, pero no solo. A crisis gravísimas, políticas y económicas, se han enfrentado los países europeos en anteriores circunstancias, aún mucho mas graves, derivadas de guerras atroces ocasionadas por ideologías monstruosas a las que se adhirieron millones de personas y ocasionaron otros muchos millones de victimas y destrucción inimaginable.

 

Pero en esas ocasiones el causante de estas catástrofes fueron ideologías totalitarias y criminales, que terminaron por ser derrotadas y erradicadas en razón a unos principios y valores sustentados sobre la defensa de los derechos humanos y sobre la libertad y dignidad de todas las personas. Europa ha sido especialmente sensible a esta necesidad de enraizar su futuro no solo sobre el crecimiento económico, sino también sobre el respeto a un conjunto de valores y principios, entre otros la defensa de la democracia y el respeto a los derechos fundamentales de las personas. El Consejo de Europa y el Convenio Europeo de Derechos Humanos es un buen ejemplo de cuanto digo y la presencia de un catálogo de derechos fundamentales en los Tratados de la Unión Europea, otro tanto.

 

No estamos ante un capricho de intelectuales diletantes, ni un puro ejercicio teórico. Se trata de dejar claros los signos de identidad de un modelo de organización política y social, que identifica a una verdadera democracia y por ende al que llamamos modelo europeo, y que asumimos todos los integrantes de la Unión Europea.

 

En el caso español, la vivencia traumática de una atroz guerra civil, con sus consecuencias y la pervivencia de una dictadura implacable durante mas de cuarenta años, nos hicieron comprender también que el futuro no esta en imponer la verdad de unos sobre la de los otros, sino en encontrar un espacio común de convivencia, cimentado en el respeto de los derechos fundamentales de las personas, el respeto a la separación de poderes, a las reglas del Estado de Derecho, con un objetivo de paz social y desarrollo económico basado en una justa redistribución de la riqueza. El exponente máximo de ese pacto y proyecto común, es la Constitución que aprobamos por referéndum en 1978. Es la piedra angular sobre la que se sostiene todo el edificio de nuestra convivencia democrática en paz y progreso, desde hace mas de cuarenta años.

 

Pero el inexorable paso del tiempo, el evidente progreso y desarrollo económico de nuestras sociedades europeas, y muy en especial de la española,  así como la irrupción de nuevas generaciones, que no vivieron las épocas traumáticas que tuvimos que vivir nosotros, han generado un lento y paulatino olvido del pasado y, en nuestro caso, un desafortunado olvido o expresa negación de seguir transmitiendo en el proceso educativo los mas elementales valores humanísticos y aún menos la explicación de los valores democráticos, sumergiéndonos de lleno en la primacía de la enseñanza de lo practico, de lo económicamente mas rentable.

 

A toda una generación, sino más, no hemos transmitido el conocimiento y la importancia de la practica de los valores que recoge nuestra Constitución, y lo que esta significa como el indispensable cemento que une las paredes de la casa común. Como garantía de nuestras libertades, nuestro progreso y nuestra paz social. 

 

Hemos creído que lo evidente para nosotros, lo iba a ser también para todas las generaciones futuras. Craso error.  Cuando ha llegado la crisis económica y al tiempo han ocupado su espacio las nuevas generaciones, hemos comprobado el aterrador desconocimiento del alcance de esos principios y valores, de lo que significa la Constitución.

 

El avance de  movimientos populistas, de uno u otro signo, que incluso llegan al gobierno, el resurgir de movimientos de extrema derecha o de grupos cada vez mas activos de extrema izquierda ejerciendo la violencia urbana, o el renacer de los movimientos nacionalistas y abiertamente separatistas, tan reaccionarios e insolidarios y que han sido el germen de las mas graves catástrofes europeas, son realidades que nos obligan a preguntarnos el porque, de esta marcha atrás, en un país como el nuestro que no debiera olvidar su pasado, ni donde esta su futuro. Estamos ante una verdadera crisis de identidad.

 

Creo que para superarla, es imprescindible un ejercicio de reflexión común a todas las fuerzas políticas democráticas, a las organizaciones sociales, a los medios de comunicación y también un compromiso ineludible de todos los que de verdad creemos en un futuro democrático en paz y libertad del conjunto de nuestro país. Debemos reivindicar la Constitución y lo que ello significa. Sabiendo que es mejorable sin duda alguna y que podemos hacerlo si recuperamos el espíritu que en su día la hizo posible. Reivindiquemos  esta  memoria democrática, sin idealizarla, en su justa realidad.

 

Solo conociendo el pasado, sus aciertos y sus errores, se puede seguir construyendo un futuro para todos.

 

Desde esta Fundación llevamos casi diez años entregados a este esfuerzo y espero que podamos seguir haciéndolo todo el tiempo que haga falta.

 

En Sotosalbos, a 3 de marzo de 2021

 

Alvaro Gil-Robles y Gil-Delgado